«Dejan a la gente del rural sin servicios y sin derechos para favorecer su expolio»

Abordamos con la historiadora Alba Díaz Geada algunas de las transformaciones más significativas del rural gallego en los últimos años, que sentaron las bases del sector agrario y ganadero actual

«Dejan a la gente del rural sin servicios y sin derechos para favorecer su expolio»

La historiadora Alba Díaz Geada.

Muchas de las transformaciones que dieron lugar tanto al sector agroganadero como forestal de Galicia tuvieron lugar en el siglo pasado. Afondamos de la mano de Alba Díaz Geada, doctora en Historia Contemporánea y profesora en el área de Antropología Social en la Universidad de Santiago de Compostela (USC), en algunos de los principales cambios que sufrió el campo gallego en el siglo XX.

-¿Cuáles cree que fueron los cambios más significativos que experimentó nos últimos tiempos el campo gallego?
-El siglo XX fue un siglo de grandes transformaciones en la sociedad rural gallega, como en otras muchas con sus respectivas especificidades. Hay autores que incluso, a partir de la segunda posguerra mundial, hablaron del fin del campesinado. Tal vez, si quisiésemos intentar una respuesta condensada, podríamos decir que la agricultura, particularmente a partir de la década de los 60, va a tener que tornar de modo de vida en sector económico rentable. Si por mediados de siglo más de la mitad de las casas en la Galicia vivían de la tierra y de otros oficios, a partir de esos años se van a ver obligadas a reorientarse hacia la especialización productiva, migrar en la búsqueda de un trabajo asalariado no agrario o, con el tiempo, irse preparando para el abandono.

«A partir de los años 60 la agricultura va a tener que tornar de modo de vida en sector económico rentable»

En las últimas décadas, se agudiza la tendencia por la que aumenta la capacidad productiva, mientras disminuyen los productores. Cada vez es más difícil ser lo suficientemente rentable, de acuerdo a las normas del mercado. A la vez, surgen nuevas propuestas, de producción y de vida, que enraízan o buscan respuestas en aquella agricultura que era de todos y fue quedando invisibilizada.

-El sindicalismo agrario, las organizaciones agrarias, ¿qué papel jugaron en la conformación de la realidad actual del campo gallego?
-La actividad de los sindicatos democráticos que se organizaron a mediados de la década de los 60, en la clandestinidad, estuvo muy ligada a la lucha política contra de la dictadura, a favor de la ruptura democrática. Los sindicatos agrarios, comunistas y nacionalistas, acompañaron las reivindicaciones de los campesinos y campesinas contra la llamada Cuota Empresarial, contra los impactos de numerosos proyectos mineros, industriales e infraestructurales, a favor de la recuperación de los montes vecinales y a favor de unos precios agrarios justos. Defendieron, además, un programa agrario cuyas medidas permitieran la vida digna de las casas campesinas.

«La organización colectiva jugó un papel relevante en la lucha contra lo que de explotación tenían las distintas políticas modernizadoras»

Considero que la organización colectiva jugó un papel relevante en la lucha contra lo que de explotación tenían las distintas políticas modernizadoras de este tiempo. Los impactos, los ritmos y la capacidad de negociar los cambios es muy distinta en un contexto dictatorial de un marco donde es posible la organización colectiva democrática. Finalizada la dictadura, surgirán nuevas organizaciones sindicales que continuarán a defender a los productores, en un tiempo de creciente especialización y profesionalización de la actividad agraria.

-Ha abordado los cambios socioeconómicos en el rural gallego del tardofranquismo atendiendo a la figura de la mujer, ¿cómo afrontaron las mujeres esta transformación?
-La mujer jugó un papel central en el cambio, que cabría seguir pensando con tiempo y hondura. Por un lado, las mujeres labradoras tuvieron un papel central en el trabajo productivo. En los muy frecuentes casos de migración temporal o definitiva de los hombres, o del trabajo de los mismos en actividades fuera de la casa, las mujeres llevaban el mayor peso del trabajo agrario. Cuando algunas casas iniciaron un proceso de especialización productiva que llevó a la profesionalización de la actividad, parece advertirse una masculinización de la misma. La agricultura que se vuelve invisible, la que labran las mujeres de los hombres que van a la mina o a la fábrica, la que se entiende «complementaria», es feminizada. En esa agricultura continúa a recrearse el rico entramado cultural de las comunidades campesinas. De ahí el papel fundamental de las mujeres en el cuidado y transmisión del mismo. Cabría preguntarnos, por otro lado, como conjuga lo anterior con la apuesta de las mujeres por la educación de las hijas para un porvenir diferente donde poder aflojar las ataduras del patriarcado. Una educación, por otra parte, que dio mucho las espaldas al rural. La ambivalencia del proceso exige de una mirada atenta y afinada para hacer frente a las preguntas sobre la mesa.

-Hay quien ve en las mujeres labradoras un empoderamiento y un ‘matriarcado silencioso’ similar al de otros pueblos, ¿es una visión idealizada?
-No me atrevería a afirmarlo. A diferencia de lo que ocurre en otros casos, en la sociedad labradora gallega la mujer tiene un peso central en la producción y en la reproducción comunitaria. Muchas veces, como comentábamos, las mujeres llevan el peso de la casa. Y cuando aumenta el peso de los trabajos asalariados no agrarios, ocupados mayormente por los hombres, son las mujeres y los mayores los que sostienen el sistema productivo que nos da de comer, y el entramado relacional y cultural comunitario, cada vez más achicado. Lo anterior no quita, ni mucho menos, que las mujeres en Galicia no sufran el dominio del patriarcado, y que muchas jóvenes encuentren en la marcha una posible vía para separarse del mismo. Mas quizás no sea la ciudad quien libera, ni el campo quien oprime. Quizás cumpliría explorar las distintas formas de dominación, que no conocen fronteras, y cómo estas se readecúan en el tiempo. Y quizás en aquellas comunidades a extinguir podemos incluso encontrar potencias, caso de la fortaleza de la ayuda mutua, que inspiren respuestas ante los problemas sociales que genera el engorde permanente del individuo en soledad.

-Se ha centrado también en estudiar los comienzos del Servicio de Extensión Agraria (SEA) a mediados de los 50, ¿qué ha llegado a nuestros días de aquellas primeras líneas de actuación de este servicio?
-El Servicio de Extensión Agraria se creó siguiendo inicialmente el modelo del extensionismo estadounidense. Inicialmente orientado al trabajo en las explotaciones, la práctica evidenció que la transformación exigía trabajar con los chavales jóvenes, con las mujeres y con el conjunto de la comunidad. De alguna manera, evidenciaba también que la agricultura era mucho más que una actividad productiva. Ese trabajar con, por otro lado, hizo de su labor una propuesta bien interesante, más aún en el contexto dictatorial en que se insertaba. Algunos proyectos productivos de carácter cooperativo promovidos por planteles de jóvenes, continúan, con cambios, trabajando hoy en día. Al tiempo, el conjunto de los cambios que los agentes de extensión y los agentes de economía doméstica acompañaron en muchas comarcas, aun creyendo en hacer posible seguir viviendo del campo, caminaban hacia un rural donde cada vez era más difícil poder continuar. No serían pocos los agentes que cavilarían a respeto de las paradojas que contenía ese proceso.

«Una de las primeras políticas agrarias de la dictadura fue la expropiación de los derechos de las comunidades sobre los montes»

-¿Son estos los cimientos del sistema agroganadero que conocemos a día de hoy?
-Es posible, sí, aunque cabría contrastar todas estas cuestiones con mejores conocedores de la materia. En la década de los 60 del siglo pasado, políticas estatales e instancias internacionales invitaron a la reestructuración del campo de acuerdo a una serie de especializaciones productivas orientadas por las demandas previstas de una sociedad de consumo en construcción. Ese proceso conllevó enormes esfuerzos por parte de las casas campesinas que se embarcaron en el mismo, conformándose un sector productivo con un alto grado de dependencia. Al tiempo, muchas otras casas intentaron continuar con un modelo mixto, cada vez menos posible. Hoy en día, unas pocas explotaciones siguen resistiendo, y otras muchas tienen que echar el cierre. De las que en los 80 aún resistían con unas pocas vacas y un salario, pocas quedan. No obstante, no sin dificultades, algunos jóvenes intentan continuar en el campo, trabajando por otras formas de producción, recuperando en parte algunas que habían sido denostadas por los abuelos, en el marco de propuestas agroecológicas.

-¿Cuáles eras las líneas generales que se marcaban de aquellas para el rural gallego? ¿Cómo ha sido la evolución?
-Aunque cabrían muchas precisiones al respeto, dados los distintos espacios rurales de nuestro territorio, las distintas capacidades y circunstancias, quizás nos sirva como línea general insistir en esa promoción de la especialización productiva. La agricultura de la primera mitad del siglo XX era mayormente de policultivo y ganadería, con el monte como soporte y fornecedor de esquilmo, espacio de pastoreo y de cultivo. Una de las primeras políticas agrarias de la dictadura franquista conllevó la expropiación efectiva de los derechos de las comunidades sobre sus montes y la enajenación del monte del sistema agrario del que era soporte, para orientarlo a la producción de madera para la industria celulósica. La especialización productiva en distintas vertientes, caso de la producción láctea, será incentivada por el Estado y las empresas personales.

Las líneas marcadas por el Estado, por otro lado, no fueron siempre unívocas ni carentes de conflicto, caso de lo que alcanza a los intereses a veces contrapuestos de la vertiente forestal frente a la ganadera. La práctica de los labradores, por otra parte, no siempre se ajustó a la perfección a los ideales tecnocráticos. Durante décadas, se fue plantando algún monte sombrío, al tiempo que se seguía labrando maíz, trigo, patatas y huerta. Se siguieron criando unas pocas vacas de trabajo y otras pocas de leche, aun todas con su nombre. Y se siguieron juntando los vecinos de cerca para hacer la deshojada.

«Hace muchas décadas que comenzaron a cerrarse escuelas y otros derechos en el rural»

-En los últimos tiempos estamos afrontando una despoblación del rural, ¿es una repetición de los éxodos que se produjeron en otras épocas como en los años 50 y 60 hacia Europa y Latinoamérica?
-Tal vez no sea una repetición, porque los tiempos y las circunstancias son otros, pero es posible que podamos entender estos nuevos éxodos como parte de un nuevo momento en la división internacional del trabajo. No se trata, a mi ver, de que jóvenes formados quieran vivir la aventura de lo desconocido. Se trata de si tienen o no el derecho a reproducir su vida en la tierra donde se criaron. La pregunta nos sirve para momentos anteriores. En el tiempo de las migraciones masivas al sur del continente americano en el primer tercio del XX, los emigrantes articulaban al otro lado mar asociaciones de parroquia y retornaban escuelas a comunidades vivas. Hoy, muchos jóvenes, ya no sólo de la aldea, también de las villas y de las ciudades, tienen que volver a marcharse. No obstante, cierran las puertas de las últimas casas abiertas de muchas aldeas, como corolario necesario de este proceso sobre lo que venimos hablando. No es solo que hoy falten servicios, es también que hace muchas décadas que comenzaron a cerrarse escuelas y otros derechos.

-Pese a que el sector agrario debiera ser comprendido como un pilar fundamental de la sociedad, como reivindican muchas voces, durante años en Galicia se asoció el trabajo en el campo como una alternativa despectiva «aquel que no valía para otra cosa quedaba atendiendo las vacas o las tierras». ¿Qué motivó que esta concepción se mantuviera durante tanto tiempo?
-Ciertamente, se trata de una cuestión de grande calado. Este proceso de cambios que parece intensificarse a mediados del siglo pasado, contó con una clara dimensión aculturadora. El rural, de acuerdo a ciertas teorías del desarrollo construidas en estas décadas, era un retraso a superar. Con ese argumentario, se encubría el expolio.

«El rural, dacordo la ciertas teorías del desarrollo, era un retraso a superar. Con ese argumentario, se encubría el expolio»

La lengua gallega, era la de la incultura. En ese sentido, la movilización colectiva contribuyó a pensar si los agravios serían injusticias y no males naturales. Mas es preciso continuar trabajando en este sentido, porque el autodesprecio impuesto ha calado hondo. Y aun así, desde la ambivalencia y con viento en contra, lo que queda de esa cultura popular despreciada es una de nuestras mayores fuerzas colectivas.

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